~/rbv/Mi abuela

Mi abuela

Mi abuela nació hace 100 años en una aldea a las afueras de Pamplona, en una familia de labradores con 10 hermanos. Le gustaba la escuela, decían que iría para maestra, pero a los 12 años dejó de estudiar completamente para trabajar. Es una de las personas más inquietas que he conocido: incluso ahora hace sus divisiones a mano para mantenerse activa, aprendió a usar un ordenador con 80 años, y es habitual que pregunte sobre el espacio, el Big Bang, el sentido de la vida…

Cuando se casó, se mudó a la ciudad, donde crió a sus dos hijos. Hizo lo que hiciera falta para que estudiaran. Y estudiar, para ella, era en sentido amplio: conservatorio, danzas, y, por supuesto, universidad. Un arquitecto y una doctora le salieron. Mi abuela hacía Airbnb antes de que existiera, además de ser costurera. Mi abuelo estaba en otras cosas, sinceramente.

Mi tío murió con 22 años en un accidente de coche. Desde entonces, nada ha sido igual.

Mi madre ya se había mudado a Santander, y unos años después aparecimos nosotras. No fui muy social durante mi infancia, recuerdo jugar con mi abuela casi todo el rato. Me enseñó a jugar al mus y se prestaba a hacer lo que yo quisiera: la ponía de portera y chutaba como podía.

Cuando alguien conoce a mi abuela, lo primero que dice es lo bien que está y lo lúcida que tiene la cabeza. Es cierto. También lo es que, desde que tengo uso de razón, la conozco dando largos paseos diarios, practicando yoga, comiendo lo mínimo (la restricción calórica antes de que fuera tendencia), y sin consumir alcohol. Eso y que es inteligentísima, claro.

Hoy por hoy, es bastante cascarrabias y la convivencia no es fácil. Pero si me dicen que vamos a estar de buenas, no hay nadie con quien me lo pase mejor que con ella, mi hermana y mi madre.

Cuando se plantea la pregunta de a quién se admira más, mucha gente responde con sus padres y abuelos, y he llegado a pensar que es un poco falso, como un recurso para quedar bien. Pero luego lo medito y en mi caso es verdad. No hay nadie a quien admire más profundamente.

Gracias, abuela, por ver lo necesario para que tus hijos prosperasen y echártelo todo a la espalda. Perdón porque la vida no te recompensó como merecías. Gracias por pasar tanto tiempo conmigo. Cada vez que hago algo de provecho, espero que te enorgullezca, y así será siempre.