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Mis diferentes casas

Nací y crecí en un pueblo colindante a la municipalidad de Santander llamado Santa Cruz de Bezana. Aquí en verano todo es muy idílico y, como con todo lo maravilloso, no te das cuenta. Puedes darte un paseo (largo) hasta la playa o coger el coche y darte un chapuzón todos los días después del trabajo. Tomarte una caña con tus amigos en El Río de la Pila (ay, el Cientocero), irte a la Bahía para tomar la última a las 5 de la mañana… Pasé así mis años universitarios, que no los cambiaría por nada del mundo. Otro ritmo de vida.

Cuando terminé el grado, tenía ganas de comerme el mundo. Había pasado 6 meses en Estados Unidos en una universidad increíble y tenía mucha hambre de hacer cosas. Como todo veinteañero que se precie en Cantabria, me mudé a Madrid. Se dice siempre y yo tampoco me canso de repetirlo: a la semana estaba en casa. Me gustaba el bullicio de la gran ciudad y la efervescencia. Tras dos años allí, terminé las asignaturas del máster que estaba haciendo y estaba harta de estudiar en el sistema universitario. Quería salir y trabajar. En 2018, un poco por casualidad, dejé Madrid por primera vez.

Ese verano, exactamente el día que cumplía 24 años, empecé a trabajar en Luxemburgo para Amazon. Laboralmente fue increíble (no he aprendido tanto en tan poco tiempo nunca) pero quiero centrarme en la experiencia de vivir allí. El país de Luxemburgo tiene una extensión parecida a la de Cantabria y la ciudad tiene algo menos de 120.000 habitantes. Como referencia la población estaría entre León y Cádiz. Santander tiene más de 170.000. El músculo económico de Luxemburgo es increíble, la mayoría de gente que trabaja allí no vive en el país y son trabajos de muy alto valor añadido. La gente era amable, pero la verdad es que no llegué a sentir la ciudad como mía. Tenía la sensación de que la vida en la ciudad se apagaba cuando salía del trabajo, así que trabajaba, volvía a casa y pasaba los fines de semana viajando. Sin duda una vida privilegiada, pero que se puede hacer desde cualquier otro punto del mapa europeo. Tuve mucha culpa de no hacer de ese país y cultura mi casa; echaba mucho de menos España y the Spanish way of life.

En 2019 quise dar un giro a mi vida y decidí aprender a programar en serio. Volví a casa padres unos meses, estudié e hice mi Trabajo de Fin de Máster utilizando desarrollo de aplicaciones web. Estaba en Santander otra vez pero sabía que quería volver a Madrid. Después de presentar el proyecto, conseguí un trabajo de desarrolladora en la capital y allí fui. Esta vez, no tardé ni una semana en sentirme en casa: nunca había dejado de serlo. Desde entonces, he hecho mi vida allí: he cononocido a geniales compañeros de trabajo y aún mejores (si cabe) compañeros de piso, siempre estaban mis amigos de toda la vida, comencé una nueva aventura escribiendo sobre fútbol femenino… Vamos, un hogar.

Todos sabemos lo que ha pasado en estas últimas semanas. El 10 de marzo me fui de Madrid, volví a Cantabria y pasé 15 días de confinamiento total en casa de mi hermana para evitar posibles contagios con mis padres y abuela, ya mayores. Después de ese tiempo, he vuelto una vez más a casa padres. Hace dos semanas nos comunicaron desde mi empresa que, a efectos prácticos, no volveríamos a trabajar allí. Yo ya estaba buscando trabajo y estoy muy contenta de haber encontrado futuro en la ciudad de Pamplona. El trabajo y empresa que me llevan allí son geniales y tengo muchas ganas de empezar en ese proyecto, pero quiero utilizar este texto como oda y despedida a mi yo madrileño.

En marzo me fui de Madrid por segunda vez y no lo sabía. Dejo allí todo lo que he mencionado antes que supone un pedazo grande de mi corazón. No sé si nos volveremos a reunir y estoy segura de que Pamplona será también amable conmigo, pero siempre tendré algo de saudade de la gran ciudad.