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Reflexión del 27 de junio de 2022

Contrariamente a la sabiduría popular, creo que comprar una casa es una decisión financiera poco sabia.

Sin embargo, en uno de los paseos que doy con mi abuela, me he dado cuenta de que quizá sea una decisión de vida que sí tiene sentido.

Mi abuela roza la centena. Los paseos son cada vez más cortos, hace unas semanas le comenzó a doler la rodilla y ahora apenas podemos hacer 50 metros sin sentarnos a descansar. Y aún así, evidentemente, son momentos de una paz tremenda. Cuando nos paramos a veces no hablamos, pero al pasar unos minutos me pregunta en qué pienso, qué tal en el trabajo, si me voy a ir de Santander, qué tal mis amigos o si estoy conociendo a alguna chica.

Cuando salgo con ella veo el sitio donde he crecido, mis columpios y mi tobogán. Nos saludan los mismos vecinos que hace 30 años. Le paran y le preguntan qué tal ella, qué tal mi madre y si mi padre sigue igual de estricto que siempre. Pasamos por delante de la casa de mi mejor amiga y a veces incluso nos encontramos a sus padres paseando a su perro.

De la misma forma que, en principio, el compromiso en pareja impregna de sentido la vida al atarte a una persona, la compra de una casa puede entenderse de la misma forma al atarte a un lugar y, al final, a una comunidad.